ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Y MÉXICO: LOS AGRAVIOS HISTÓRICOS PARTE II

 

 

Para comprender las relaciones diplomáticas entre la Nueva España y los Estados Unidos de América, hay un eslabón, que, en ocasiones, suele omitirse. Se trata de la participación militar en la revolución de las 13 Colonias de Bernardo de Gálvez (1746-1786). Fue gobernador de la Luisiana, y ha pasado a la Historia por su protagonismo en la batalla de Pensacola. Al respecto, destaca el libro “Gálvez y España en la Guerra de Independencia de los estados Unidos” de Guillermo Calleja Leal, y Gregorio Calleja Leal[1]. Gálvez nació en Macharaviaya, provincia de Málaga, un 23 de julio de 1746. Fue un militar formado en la Academia de Ávila, participando en batallas en lugares tan diversos como Portugal en 1762, Argelia en 1775, y aquí, es de destacar su enfrentamiento contra los Apaches entre 1769 y 1770. En 1777, Gálvez se involucró en la guerra contra Inglaterra, nada menos que como aliado de las 13 Colonias. Para responder a la pregunta sobre su intervención, hay que retroceder a 1762.

 

Inglaterra había tomado La Habana entonces, otra muestra de su búsqueda de puntos estratégicos para su flota. El gobernador de Cuba, Juan de Prado Malleza Portocarrero y Luna llegó a claudicar. Cantaban victoria el almirante George Pocock y el conde de Albemarle. Pero ni siquiera se celebró un año del supuesto dominio, cuando desde Inglaterra, se le ordenaba a Albemarle partir a la Florida. El tablero enfrentaba a España y a Inglaterra, como era natural. Lo que no se esperaba, es que, en 1773 -como ya se ha dicho-, un grupo de colonos se rebelaban en Boston. Carlos III tenía puesta la mesa para vengarse. El rey, al principio, contó con un personaje singular: el murciano José Moñino y Redondo (1728-1808) el primer conde de Floridablanca. La Compañía de Jesús no le recuerda bien, pues jugó un papel relevante en la expulsión de aquellos en 1767. Respecto de Inglaterra, sus tesis pretendían evitar un efecto dominó de independencias en América, algo que no compartió su sucesor, el culto aristócrata Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximenez de Urrea (1719-1798), el Conde de Aranda.  Aranda, pensaba distinto, y tenía en la mira al infame Tratado de Utrecht-Rastatt de 1713. Se buscaba, en primer lugar, recuperar Gibraltar. Esta postura se impuso y, como es bien conocido, en 1779 España declaró la guerra a Inglaterra. Gálvez regresó a América en 1776, y movilizó armas para recuperar Manchac y Baton Rouge, precisamente donde desemboca el icónico Misisipi[2]. Si bien no logró recuperar la Florida, salvó su vida en el fuerte de la isla de Santa Rosa. El valor de Gálvez lo hace un personaje casi legendario, como lo fuera el invencible Blás de Lezo. En 1781, Gálvez logró la caída de Pensacola. Pero la tesis de Aranda y el valor de Gálvez, se encontrarían con un muro inesperado. Si Inglaterra ha destacado -negativamente- por el empleo torticero de sus versiones históricas (recuérdese el caso de Blas de Lezo en Cartagena de Indias), los nacientes Estados unidos de América, serían fieles al The Manifest Destiny, y España sería una de sus víctimas.

 

En 1795 fue celebrado el Tratado de amistad, límites y navegación (tratado Pinckney o de San Lorenzo de 1795)[3], firmado por el infame Manuel de Godoy y Thomas Pinckney. España renunciaría a reclamar territorios al norte del paralelo 31° N. Ya eran presidente George Washington en los Estados Unidos, y rey Carlos IV en España. El valioso Misisipi era ya la del naciente gigante norteamericano. Le siguieron: El Convenio entre el rey de España y los Estados Unidos de América sobre indemnizaciones de pérdidas, daños y perjuicios irrogados durante la última guerra en consecuencia de los excesos cometidos por individuos de ambas naciones contra el derecho de gentes o tratado existente, firmado en Madrid el 11 de agosto de 1802; el Tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites entre S. M. C. y los Estados Unidos de América concluido y firmado en Washington el 22 de febrero de 1819, y el Convenio para el arreglo de reclamaciones entre S. M. C. y los Estados Unidos de América firmado en Madrid a 17 de febrero de 1834. Era el momento en que la vocación expansionista de los Estados Unidos de América contaba ya con carta de naturalización, a saber: La Doctrina Monroe[4]


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