LÓPEZ OBRADOR: ¿PARA ESO QUERÍA USTED EL PODER?



En 1972 Robert Redford estelarizó The Candidate (El Candidato). Clasificada como comedia (quizás porque la política en cierta medida lo es), este largometraje dirigido por Michael Ritchie, retrata cómo es una campaña electoral en los Estados Unidos de América, en este caso por el senado de California. Un abogado liberal, es decir, progresista (Bill McKay, caracterizado por Redford), hijo de un ex gobernador de California, es invitado a ser candidato, a sabiendas que perdería. McKay sólo puso una condición: decir lo que quisiera contra el establishment. Sin embargo, el personaje resulta carismático y dado su atractivo juvenil frente a un conservador rival, triunfa. Mientras comienzan las celebraciones, McKay entra en pánico y hace una pregunta al coordinador de la campaña: “What do we do now?” (¿Qué vamos a hacer ahora?). Esta pregunta, trasciende el ámbito de lo cómico a lo filosófico, y en concreto a lo ético. ¿Para qué se quiere el poder? A lo largo de la historia del pensamiento político, esta pregunta ha sido una constante. Muchos consideran que el punto de partida -al menos en occidente- inicia con la obra de Platón. No me iré tan lejos. En 1982, Richard M. Nixon publicó el libro Leaders (Líderes), cuyo último capítulo (In The Arena, que luego daría lugar a una autobiografía más personal en 1990), mutatis mutandis fue una versión contemporánea de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. La respuesta de Nixon, parece tan simple como contundente a la vez: Alguien compite en unas elecciones porque está convencido que lo hará mejor que su rival. Nixon fue un candidato implacable, dos veces vencido, pero perseverante, llegó a la Casa Blanca en el durísimo 1968. En 1974 tuvo que renunciar a la presidencia, por perjuro. En la actualidad, donde la mentira tiene carta de ciudadanía (en especial desde la presidencia de William Clinton), la caída de Nixon resulta sorprendente. Dado que las comparaciones son odiosas, ni de broma lo haré entre Nixon y Andrés Manuel López Obrador. Quizás coincidan en su perseverancia y capacidad para recuperarse de dolorosas caídas, pero está claro que comparar el sistema político estadounidense con el México, es, por decir lo menos, una temeridad. Me preocupa la pregunta ¿Para qué se quiere el poder? Y desde luego, no perder de vista la respuesta de Nixon: la convicción de que lo hará mucho mejor que el rival.  

 

Desde 1970 López inició su carrera política (nació en 1953). Ideológicamente es difícil definir la tendencia del hoy presidente de México. Ni siquiera me atrevería a calificarle de pendular. Fue militante del PRI en Tabasco (su estado natal), no obstante, la Dirección Federal de Seguridad le investigó entre 1979 a 1983 por desviar fondos del Revolucionario Institucional al Partido Comunista Mexicano. En 1989, se integró el Partido de la Revolución Democrática, que fue su trinchera hasta 2012, cuando funda el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA). No quiero recorrer su trayectoria política, hay literatura abundante. Sólo destacaré 2006. Como es bien conocido, los resultados electorales fueron bastante cerrados, Felipe Calderón candidato presidencial por Acción Nacional obtuvo 15 000 284 de votos, López Obrador 14 756 350. La diferencia fue de 243 934 votos (es decir, un 0.58%). Era natural que esto fuese impugnado ante el organismo jurisdiccional ad hoc. Ya lo he dicho, lo de López es la constancia, y una diferencia tan corta daba esperanza en un litigio. Pero el perredista optó por dos vías: la legal y una resistencia bastante peculiar: cerrar el Centro histórico del entonces Distrito federal y todo el Paseo de la Reforma hasta la Fuente de Petróleos. La toma se hizo con el apoyo del gobierno local, a cargo de su sucesor Alejandro Encinas. Casi hubo un acto de rebelión, pues se intentó impedir que Calderón tomase protesta ante el Congreso de la Unión. Aquello terminó con la proclamación de una presidencia legítima el 20 de noviembre de 2006, un acto que nadie recordó en la contienda de 2018, pero que hubiera retratado el talante de López y sus huestes ante las nuevas generaciones de votantes. En 2012, López obtuvo 15 848 827 votos, pero poco pudo hacer frente al priísta Enrique Peña Nieto y sus 19 158 592 votos. Durante 5 años, el porfiado tabasqueño no cesó de atacar un día sí y el otro también a Peña, destacando el discurso de oposición a la “mafia del poder.” López, dentro del sistema, se vendió como un luchador social contra el establishment. Su campaña fue gris, no necesitaba gran esfuerzo: desde el inicio de la contienda inició con un 52%, para triunfar con el 53%. En concreto, López arrasó con 30 049 620 de votos. Para darse una idea de la ventaja, el segundo lugar (Ricardo Anata de Acción Nacional) sólo obtuvo 12 610 120 votos.

 

Han pasado dos años de tal victoria, pero el porfiado López poco puede exhibir en la sala de los trofeos: el último trimestre el crecimiento económico no fue tal: -2.2%; en mayo se perdieron más de 800 mil empleos formales; la inflación es de 3.17% un dato que luce positivo, al igual que la relación del peso con el dólar estadounidense: 22.3920. Sin embargo, estos dos últimos, son más mérito del Banco de México cuya autonomía corre riesgo. Según JP Morgan (29 de mayo) se han fugado 44.3 mil millones de dólares. Simplemente no hay certeza jurídica y por ende económica. López apuesta por una refinería de petróleo inviable, el tren Maya y un aeropuerto poco funcional a costa de la pérdida de más de 70 mil millones de pesos. La gestión de la pandemia del SARS-CoV-2 y la enfermedad COVID-19, ha sido poco transparente, sólo se sabe que México ocupa el séptimo lugar de decesos luego de Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, Italia, Francia y España. Cabe decir, que este año, López había desmantelado el seguro popular y la pandemia llegó antes de instalar al Instituto Nacional del Bienestar. López, crítico incansable contra las ineficaces políticas de seguridad pública tanto de Calderón como de Peña, no puede decir que lo haya hecho mejor. Se calculan más de 53 mil muertes por la delincuencia, en los primeros 18 meses de gobierno: el doble que con Felipe Calderón y un poco más que con Peña Nieto. 


No seguiré con más datos, sólo citaré el pronóstico más optimista para la economía el año entrante, en concreto del Banco de México: Una caída del 7.9%. El Fondo Monetario Internacional ha previsto una contracción del 10 %. Pero para todo ello hay una explicación. López todos los días da una conferencia de prensa a las 7 de la mañana, como cuando fue jefe de gobierno de la hoy Ciudad de México. Entre 2000 y 2005, aquello fue una estrategia exitosa, López le había arrebatado la agenda mediática al presidente Vicente Fox. Hoy causan poco impacto, Cada mañana son excusas: la mafia sigue afectando, hay periodistas adversos, el coronavirus ha sido “domado.” Si es así, no se entiende porqué López considera a la oposición “moralmente derrotada”, y afín a Hugo Chávez en su tiempo: ha exigido disculpas a Felipe VI de España (incluso al papa Francisco) por la conquista de México (sic). Afín a los regímenes de la izquierda hispanoamericana, ayudó a la fuga de Evo Morales y dio refugio diplomático a un narcotraficante boliviano. Morales ya no está, pero lo de la residencia de la Embajada de México en la Paz no ha sido aclarado. Ya ni qué decir de la próxima cumbre con Donald Trump, a todas luces inoportuna dados los tiempos electorales de los Estados Unidos.

 

López luchó por ser presidente de México más de 20 años, su perseverancia es asombrosa, y quizás se requieran otros 20 años para recuperar el desastre presente que dio lugar en sólo 18 meses.  El uno de julio de 2018, López no preguntó como el personaje de Robert Redford: “¿Qué vamos a hacer ahora?” Lucía muy seguro.  Ayer, un amigo, que votó por MORENA, preguntaba: "¿Para eso quería usted el poder?" Yo no le voté, pero me cuestiono lo mismo.

 

Rigoberto Gerardo Ortiz Treviño


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