DISCUTIR EN TIEMPOS DE INTERNET


 

Ya son tres meses de confinamiento por la pandemia. Alguien proponía un juego, no muy recomendable, para efectos de higiene mental, pero hablaré de ello. El confinado en turno debe tomar una hoja de papel y anotar las 5 actividades que más echa de menos. Desconozco si se desarrolló una estadística con todo rigor, pero las respuestas más comunes fueron: hacer ejercicio al aire libre, viajar a una playa, comer en un restaurante, ir al cine, ver un partido de fútbol. En mi caso, anotaría: visitar a mi familia, retomar las actividades propias de mi fe…y conversar con los amigos. Me podrían objetar que, con internet, las tres cosas se resuelven. Pero no es así. Desde mi pantalla no puedo abrazar a mis padres, tampoco puedo acceder a los sacramentos que son la columna vertebral de mi credo, y no obstante Skype, Messenger, WhatsApp y otras especies de la fauna de las redes sociales, no es lo mismo. No imagino a Sócrates desafiando sofistas mediante preguntas incisivas, desde un teclado digital y esperando las respuestas sentado, caminando o mirando una película a través de NETFLIX. Quizás el ágrafo ateniense, hubiera podido conversar en una cafetería y con un hilo musical con un volumen moderado. ¿Cómo discutir sin mirar a los ojos al otro? ¿Cómo conversar sin gestos? ¿Cómo escuchar sin la voz natural del interlocutor? Sócrates creía que conversar era una vía para adquirir el conocimiento, difería de la mera elocuencia de los sofistas, pues era un apasionado por la verdad y el areté (en griego clásico, ρετή aret “excelencia”). Pero no caigamos en el error de subestimar a los sofistas, les debemos muchísimo, en la práctica de la retórica. Sócrates reiteraría: sin discusión, no hay conocimiento. Pensando en tomar un café con Sócrates, el único posible riesgo, era el que advertía en El Criterio, Jaime Balmes: “Ciertas personas se quejan amargamente si una visita a deshora o un ruido inesperado les cortan, como suele decirse, el hilo del discurso.”

 

Discutir en internet tiene más objeciones. Si ya de por sí, en tiempos de Schopenhauer, la retórica se desdibujaba como la mera imposición de la propia opinión al supuesto contrincante. En la actual postmodernidad, nos encontramos en una atmósfera poco científica, que impide distinguir la dôxa (opinión) de la episteme (conocimiento). Un año antes de morir, Umberto Eco dijo en La Stampa: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles.” Palabras duras de un filósofo y novelista contemporáneo, pero que revelan algo que es ineludible: Al despersonalizar la conversación en el internet, se ha minusvalorado lo que los romanos denominaron auctoritas. ¿Qué es la auctoritas? En general, el saber socialmente reconocido. La auctoritas se cultiva, no es innata, ni intuitiva, implica esfuerzo, estudio, rigor, constancia y tiempo. Álvaro d’Ors, al referirse a la auctoritas del profesor universitario, recordaba: “responde el que sabe, pregunta el que puede.” Sin embargo, por algún motivo, el saber no goza de respetabilidad. Un sobrino me dijo que para conocer a alguien hay que buscarle en GOOGLE, yo mismo he descubierto alumnos confirmando mis explicaciones desde el imprescindible buscador. Hace 10 años, se experimentaba con el modelo educativo en competencias. Eso me resultaba aterrador, ¿cómo desarrollar habilidades sin un marco conceptual? No en vano Howard Gardner ha escrito de manera abundante sobre la necesidad de disciplinar la mente. Y esa fue la razón de la amarga queja de Eco. Las redes sociales podrían -y deberían- ser magníficos medios para conversar. El problema no reside en ellas. El problema se sitúa en un mínimo de cortesía en la conversación, en la apertura que radica en la capacidad para escuchar, en la recta curiosidad y en un mínimo de pensamiento riguroso. La postmodernidad desprecia el saber clásico. No estaría nada mal apuntar en la lista de actividades se pueden llevar a cabo durante y después del confinamiento:  distinguir la dôxa (opinión) de la episteme; revalorar la auctoritas y el areté. Ahora mismo comienzo, tengo al alcance de la mano Las Leyes de Platón.


Rigoberto Gerardo Ortiz Treviño, 15-VI-2020


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