LO QUE QUIEREN ES DESTRUIR EL LEGADO ESPAÑOL PARTE I
La señora Alexandria
Ocasio-Cortez congresista demócrata de origen puertorriqueño se hizo notar en
la política no por el disparare del Green deal, sino por conducirse como una
activista anti Trump. Desconozco sus méritos curriculares (tiene 30 años), pero
puedo intuir que el estudio de la historia no es uno de ellos. Me queda claro
que no tiene ni la más mínima idea de quiénes fueron Cristóbal Colón, San
Junípero Serra, o Isabel la Reina Católica, Me atrevo a decir, sin embargo, que
esta señora no hubiera existido sin Isabel de Trastámara o sin hombres como San
Junípero Serra. La congresista o activista, o lo que sea, les equipara al
mortífero CO2 y junto a esa eminencia llamada Greta Thumberg, les pone sin
rubor a la altura de Stalin o de Pol Pot, es decir, los tiene por genocidas.
Alentar que derrumben sus estatuas so pretexto de que eran blancos
supremacistas es, simplemente, el paradigma de la estulticia. Me cuesta trabajo
creer que desconozca la hazaña que lideró el almirante genovés Colón. Pero
hagamos un ejercicio de memoria. El 3 de
agosto de 1492, Cristóbal Colón partió de Huelva en tres navíos prácticamente inútiles
para su pretensión (llegar a la India por el Oeste). Tras casi tres meses y corriendo
todos los riesgos posibles (incluso el de un motín en su contra) el 12 de
octubre llegó a la isla de Guanahaní (ahora isla Waitling en las Bahamas).
Colón tuvo un accidentado
regreso. Los elementos le hicieron llegar a Portugal, por eso, antes de rendir
cuentas a su patrocinadora, Isabel de Castilla, se había encontrado en marzo de
1493, con Juan II. Mientras tanto, en la Corte castellana, las sospechas de traición,
estaban al rojo vivo. Hay que tener presente que Colón había presentado su
oferta en Portugal y había sido rechazado. Isabel, escuchando diversas
opiniones -destacando la de los franciscanos de La Rábida- decidió apoyar al
aventurero celebrando las denominadas Capitulaciones de Santa Fe. Era natural
que hubiese más de una ceja arqueada, ante la excesiva hospitalidad de Juan II
con el genovés. En realidad, el Rey de Portugal, intentó reclamar al Almirante
los derechos, que según su interpretación del Tratado de Alcáçobas, le
correspondían respecto del Nuevo mundo. Pero eso no era materia de la
competencia del explorador, quien, finalmente, pudo comparecer frente a Isabel
y Fernando de Aragón, como lo narra su hijo don Hernando:
“Siguiendo así su camino,
llegó a mediados de abril a Barcelona, habiendo antes hecho saber a Sus Altezas
el próspero suceso de su viaje. De lo que mostraron infinita alegría y
contento; y como hombre que tan gran servicio les había prestado, mandaron que
fuese solemnemente recibido.”
El llamado Derecho indiano
posee una profunda dimensión antropológica (la solución del reconocimiento y
tratamiento jurídico del indígena) cuyo surgimiento tiene lugar cuando el
Almirante genovés presentó a un grupo de nativos a Isabel. Debe ponerse el
acento en la persona de Isabel, puesto que, la reina castellana de profunda fe
católica, no vio en tales personas a potenciales esclavos, sino almas a las que
reconocer como vasallos y enseñar el Evangelio.
En el testimonio escrito del cronista Francisco López de Gómara (1511 –
1566), se narra que una media docena de indígenas fueron bautizados ese día. Esa
actitud humanista, fue plasmada por la propia Isabel, el 23 noviembre 1504, en
Medina del Campo, en el Capítulo XII de su Testamento:
“Capítulo XII (Indios, su
evangelización y buen tratamiento)
Cuando nos fueron concedidas
por la Santa Sede Apostólica las islas y tierra firme del mar Océano,
descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue al tiempo que le
suplicamos al Papa Alejandro VI de buena memoria nos hiciese la dicha
concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas, y los convertir a
nuestra santa Fe católica y enviar a las dichas islas y tierra firme prelados y
religiosos, clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir
los vecinos y moradores de ellas a la Fe católica y los doctrinar y enseñar buenas
costumbres, y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las
letras de dicha concesión se contiene.”
Cabe recordar que, Colón regresó
al Caribe, e influido por su mentalidad de aventurero, fue castigado por
desobedecer lo dispuesto por Isabel. Digamos que las tentaciones esclavistas
del Almirante no sólo fueron efímeras sino fuertemente reprendidas.
Como estudioso del Derecho
virreinal, he tenido la oportunidad de conocer la obra de rigurosos estudiosos
estadounidenses de la América Española. Muchos de ellos, con más objetividad
que los hispanistas ingleses, quienes han sido profusos difusores de la leyenda
negra antiespañola, que Julián Juderías describió, en 1914, como:
“…el ambiente creado por los
fantásticos relatos que acerca de nuestra Patria (España) han visto la luz
pública en casi todos los países; las descripciones grotescas que se han hecho
siempre del carácter de los españoles como individuos o como colectividad; la
negación, o, por lo menos, la ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable
y honroso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte; las
acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España fundándose para
ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y,
finalmente la afirmación, contenida en libros al parecer respetables y
verídicos (…), de que nuestra Patria constituye, desde el punto de vista de la
tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable
dentro del grupo de las naciones europeas. En una palabra, entendemos por
leyenda negra, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante, fanática,
incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes, dispuesta
siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las
innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a
difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en
contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de
nuestra vida nacional.”
A principios de los setentas
del siglo XX, el historiador Californiano Philip Wayne Powell, publicó el libro
Tree of Hate: Propaganda and Prejudices Affecting United States Relations with
the Hispanic World . En tal estudio, Powell advirtió:
“Si fuera tan sólo en aras
de conseguir la perfección, merecería la pena que nuestros intelectuales se
lanzaran a una amplia revisión del sistema educativo estadounidense en lo
relativo al mundo hispánico (…) Si nuestros textos, profesores y medios de
comunicación pueden ser liberados de los prejuicios de la Leyenda Negra y sus
derivaciones, concediendo al mundo hispánico su debido lugar y respeto, las
personas de origen hispánico podrían sentirse en verdad animadas a mantener su
cabeza bien alta, a sentirse orgullosas de la grandeza del pasado del que proceden
(…).”
Una profecía que, de haber sido atendida, hubiera evitado que los antifas destruyesen los símbolos que verdaderamente le han dado sentido a la libertad.

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