LO QUE QUIEREN ES DESTRUIR EL LEGADO ESPAÑOL PARTE II


Firmado en las faldas del árido cerro del Tepeyac -el mismo que fuera escenario de las apariciones marianas de 1531-, el Tratado de paz, amistad y límites entre la República Mexicana y los Estados Unidos de América tomará por nombre el de tal lugar: Tratado de Guadalupe Hidalgo. El noroeste del virreinato de la Nueva España y las circunstancias que hicieron frágiles sus límites, de tal suerte que ya en el México independiente, en 1847, se libraría una guerra entre tal nación y los Estados Unidos, implicando una considerable pérdida del territorio del primero: alrededor de dos millones de kilómetros cuadrados. La hipótesis más aceptada, al respecto, es la que afirma que en tal espacio hubo despoblación y desamparo del gobierno central. Incluso, esta postura se podría reafirmar con otro planteamiento, a saber, que realmente se desconocían los límites del noroeste de la Nueva España y eventualmente de la República Mexicana. Estas hipótesis son insostenibles, toda vez que el Reino de España había celebrado el Tratado de Amistad Adams-Onís. Arreglo de Diferencias y Límites entre España y los Estados Unidos de América, el 22 de febrero de 1819. En dicho instrumento, el artículo tercero establece lo siguiente:

 

ART. 3. La línea divisoria entre los dos países al Occidente del Misisipi arrancará del seno Mexicano en la embocadura del río Sabina en el mar, seguirá al Norte por la orilla Occidental de este río, hasta el grado 32 de latitud; desde allí por una línea recta al Norte hasta el grado de latitud en que entra en el río Rojo de Natchitoches, Rid-River, y continuará por el curso del río Rojo al Oeste hasta el grado 100 de longitud Occidental de Londres, y 23 de Washington, en que cortará este río, y seguirá por una línea recta al Norte por el mismo grado hasta el río Arkansas, cuya orilla Meridional seguirá hasta su nacimiento en el grado 42 de latitud septentrional; y desde dicho punto Se tirará una línea recta por el mismo parale­lo de latitud hasta el mar del Sur: todo según el mapa de los Estados-Unidos de Melish, publicado en Filadelfia, y perfeccionado en 1818. Pero si el nacimiento del río Arkansas se hallase al Norte 6 Sur de dicho grado 42 de latitud, seguirá la línea desde el origen de dicho río recta al Sur o Norte según fuere necesario hasta que encuentre el expresado grado 42 de latitud, y desde allí por el mismo paralelo hasta el mar del Sur. Pertenecerán a los Estados unidos todas las Islas de los ríos Sabina, Rojo de Natchitoches y Arkansas, en la extensión de todo el curso descrito; pero el uso de las aguas y la navegación del Sabina hasta el mar, y de los expresados ríos Rojo y Arkansas en toda la extensión de sus mencionados límites en sus respectivas orillas, será común a los habitantes de las dos naciones.

 

De tal lectura, la interpretación no deja lugar a dudas, el Virreinato de la Nueva España se asentó en un territorio de dimensiones colosales, pero, como lo han advertido José Antonio Crespo-Francés y Victoria Oliver , la historia de esa expansión y población es poco conocida. El Virreinato de la Nueva España abarcó, en los actuales Estados Unidos de América: Arizona, California, Colorado, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Florida, Louisiana, Montana, Nevada, Nootka, Nuevo México, Oklahoma, Texas, Utah y Wyoming. En 1795 fue celebrado el Tratado de amistad, límites y navegación (tratado Pinckney o de San Lorenzo de 1795), firmado por el infame Manuel de Godoy y Thomas Pinckney. España renunciaría a reclamar territorios al norte del paralelo 31° N. Ya era presidente George Washington en los Estados Unidos, y rey Carlos IV en España. Le siguieron: El Convenio entre el rey de España y los Estados Unidos de América sobre indemnizaciones de pérdidas, daños y perjuicios irrogados durante la última guerra en consecuencia de los excesos cometidos por individuos de ambas naciones contra el derecho de gentes o tratado existente, firmado en Madrid el 11 de agosto de 1802; el Tratado de amistad, arreglo de diferencias y límites entre S. M. C. y los Estados Unidos de América concluido y firmado en Washington el 22 de febrero de 1819, y el Convenio para el arreglo de reclamaciones entre S. M. C. y los Estados Unidos de América firmado en Madrid a 17 de febrero de 1834. Era el momento en que la vocación expansionista de los Estados Unidos de América contaba ya con carta de naturalización, a saber: La Doctrina Monroe. Esto, de alguna manera puede ilustrarse con la siguiente carta de Thomas Jefferson al entonces presidente James Monroe del 24 de octubre de 1823:

 

“¿Deseamos adquirir para nuestra propia confederación una o más de las provincias de España? Confieso cándidamente que siempre he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse nunca a nuestro sistema de Estados. El control que, con Punta Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de México, y los países y el istmo limítrofes, además de aquéllos cuyas aguas fluyen a él, colmarían la medida de nuestro bienestar político. Pero, como soy sensible a que esto no se puede obtener, aun con su propio consentimiento, sino con guerra; y la independencia, que es nuestro segundo interés, (y especialmente la independencia de Inglaterra), se puede obtener sin ella, no tengo ninguna duda en abandonar mi primer deseo a oportunidades futuras, y en aceptar la independencia, con paz y la amistad de Inglaterra, mejor que la anexión al coste de guerra y de su enemistad.” 

 

No fueron los españoles quienes exterminaron a los habitantes de tales territorios, simplemente porque desde 1504 fueron reconocidos como súbditos de la Corona española y dignos de recibir el Evangelio. Desde tal siglo, el Imperio español había explorado gran parte de los actuales Estados Unidos de América. el virrey Antonio de Mendoza ordenó una expedición a cargo del salmantino Francisco Vázquez de Coronado. El 23 de febrero de 1540, parte este valiente y educado militar con rumbo de Cíbola. La expedición se integró con 336 soldados españoles, cuatro sacerdotes, con Fray Marcos de Niza como guía. Tal aventura contó con cientos de indios de paz, la mayoría oriundos de la República de Tlaxcala. Coronado fracasó, regresando con deshonra en 1542. Entre los primeros pasos y escaramuzas de Nuño de Guzmán, a la aventura fallida de Coronado, estalló la llamada Guerra Chichimeca. Como es sabido, se trató de una serie de algaradas y tensiones de casi un siglo de duración, pero no nos ocuparán aquí. Como era de esperarse, Cíbola nunca existió, pero algo más, en tal trayecto esperaban pueblos de gran valor bélico y admirable capacidad de supervivencia como los Quivira o los Wichita. A su vez, hay que tener presente que, Coronado, había llegado a los actuales estados en la América del Norte, como California, Arizona y Texas, lo cual, como es obvio, no es asunto menor. Al respecto de la caída del explorador salmantino, Charles Fletcher Lummis dijo: “Triste final fue ese para el hombre notable que descubriera tantos miles de millas del sediento sudoeste (de los Estados Unidos), casi tres siglos antes de que lo viese ninguno de nuestros paisanos.”

 

Lummis o Powell, fueron dos historiadores honestos cuyos libros bien merecerían ser leídos por Alexandria Ocasio-Cortez, y en general por todos los difusores del odio a lo hispánico. No son las vidas de los afroamericanos lo que motiva a los antifas: es el odio al mundo hispánico lo que les motiva. Mundo al que en realidad pertenece la señora Ocasio-Cortez. Simplemente la ideología y el odio han cegado a esta congresista a celebrar la destrucción de las estatuas y símbolos de los suyos.

 

Rigoberto Gerardo Ortiz Treviño


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