ALFONSO DURAZO: O LA DERROTA DEL ESTADO.
Tras bajar de su cama y estirarse
mientras bosteza, mirará su librero. Casi todo el material es de política
estadounidense, en especial hay gruesos textos sobre JFK, que comparten estantería con los voluminosos
títulos de Kissinger. Después, ya en cuarto de baño se mira en el espejo,
quiero pensar que vendrá la ducha, pero antes deberá afeitarse la barba que, no
obstante, su edad (66 años) esta no es cerrada y para, colmo, las canas hacen
su trabajo. Su cabello menguante no requerirá de un peinado complejo. Seguramente
en el armario tendrá trajes ingleses, por algún motivo, abundan los de color gris
y seguramente, confeccionados a medida en Savile Row, en Londres. No ha salido
el sol, y abajo le esperan el chófer y escoltas. En el camino al Palacio Nacional,
en vez de repasar las tarjetas que le preparó su politólogo o lo que sea -en su
equipo no hay ningún experto en seguridad pública, ni siquiera un criminólogo
de verdad, salvo una feminista 4.0, cuyo fondo es culpar a los varones de todo-
su mente divaga. Recordará cuando llevaba el maletín de Luis Donaldo Colosio,
en ese entonces usaba trajes azul marino, como JFK, porque soñaba que él estaría
en la ambicionada silla presidencial, conservando las instalaciones de Los
Pinos. De hecho, lo consiguió, pero como secretario particular de Vicente Fox.
Por su cabeza pasará la larguísima carta publicada en julio de 2004, cuando tuvo que
renunciar a ese cargo. Mientras el chófer cruza un semáforo en luz roja con el
auxilio de motociclistas de Tránsito, Alfonso Durazo Montaño, se acomoda el
cuello con su corbata, inhala profundamente y recuerda la carta de renuncia a
Fox, que, para él, es un reflejo de la prosa de Churchill o de Lincoln:
“He vivido altas y bajas en mi
vida pública que me han enseñado que a veces hay que saber irse a casa con
dignidad. Todo en la vida es una lección y esta experiencia como secretario
particular no ha sido la excepción. Más que una extraordinaria experiencia ha
sido una incursión en la historia; una oportunidad para observarla de cerca y
complementar mi visión con el antes y el después de la alternancia. Como hombre
de vocación constructiva que soy, esta renuncia no me convertirá en un
francotirador temerario una vez fuera del equipo, mucho menos en un infidente.
Me voy sin motivos de reproche para el gobierno y sin espacio para la
descortesía con ninguno de sus miembros. Al contrario, conservaré razones de
gratitud y reconocimiento para todos, particularmente para Usted, convencido de
su estilo político noble y su espíritu generoso; de la sinceridad y la buena fe
que definen sus valores básicos.”
Por momentos, se mira en el
espejo retrovisor y de nuevo mira a John F. Kennedy. Pero ya está por avenida
20 de noviembre, Palacio Nacional está a unos minutos. El chófer le deja frente
a la Puerta Mariana, y entrará a codazos entre periodistas y algún otro miembro
del gabinete, todos con cubrebocas, pero sin el orden que lograba el ya desaparecido
Estado Mayor Presidencial: la sana distancia por la pandemia, importa menos que
un comino. Tras chocar con una periodista, Durazo tuvo un recuerdo de la heroica
carta de 2004:
“En ese contexto, no puedo hacer
abstracción de las implicaciones de la incursión de la Primera Dama en el
inventario de eventuales aspirantes a la candidatura presidencial de Acción
Nacional. Valoro que, si bien hay condiciones para lograr la continuidad del
PAN como partido en el poder, no existen, en cambio, condiciones propicias para
la candidatura presidencial de la Primera Dama. Ciertamente el país ha avanzado
políticamente; tanto, que está preparado para que una mujer llegue a la
presidencia de la República, sin embargo, no está preparado para que el
presidente deje a su esposa de presidenta.”
En realidad, Martha Sahagún lo había echado de Los Pinos, y, sin embargo, Alfonso cree honrar a su apellido: Durazo. Es resiliente, invencible, un político permanente, camaleónico, astuto, un Fouché…es JFK en la crisis de los misiles, es un Adenauer en 1961, Churchill luego de Dunkerque, De Gaulle en 1945… bueno, como secretario de seguridad, al menos un Robert McNamara…pero la realidad es una maestra dura, como dijo C.S. Lewis. Él no es un consejero de seguridad con un presidente atento a su consejo. No está JFK en la tarima, sino Andrés López, y mientras los micrófonos se prueban para iniciar la cotidiana rueda de prensa, olvida su valiente epístola contra la señora Sahagún, y una de sus tarjetas le recuerda la estrategia de seguridad cuyo mantra reza “menos balazos y más abrazos”, y derrotado ante los periodistas, dice que el vídeo de cierto cártel es un montaje, mientras, cual león cansado, camina de un lado al otro Andrés López, su jefe. Tras tres tazas de café de olla, en el cuarto de baño, se ha lavado la cara, y sólo estaba ahí, Alfonso Durazo, el eterno exsecretario particular de Colosio y la víctima permanente de Martha Sahagún.
Rigoberto Gerado Ortiz Treviño
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