EL SILENCIO DE ELENA PONIATOWSKA






Su nombre completo es Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska. Entre su círculo de amigos ¿o camaradas? es "La Poni", para los cursis Doña Elenita, y para efectos de la industria editorial es Elena Poniatowska. No sabría describirla, no es tan sencillo calificarla ni como escritora, periodista, o luchadora social. Desde 2000 escribe y dedica sus loas a su comandante López, luego de dejar en la cuneta a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, quizás decepcionada por la tercera derrota de aquel, como candidato presidencial por tercera vez. 


Poniatowska no es ninguna escritora de libro de sala de espera, es mucho más. La señora ha recibido alrededor de una docena de doctorados honoris causa y en 2013 fue honrada con el Premio Cervantes. Nacida en París en 1932, aristócrata polaca, hoy vive en Coyoacán en una mansión en el bellísimo barrio de Chimalistac. Estar en la nómina de la 4 T no la obliga presentarse en la escena pública, entre la pandemia y el hecho de que su misión está ya cumplida. Sin embargo, es necesaria, es más, es indispensable. La “izquierda” que acaudilla Andrés López se ha quedado sin cronista, sin narradora, sin poetiza, sin musa. Hace años, algunos pensaron que era la Dolores Ibárruri Gómez “la Pasionaria” (Luis Suárez o José Ramón Garmabella, entre otros) de México, yo la veo más próxima a María Teresa León, pero la explicación me la guardo, se la dejo a los que saben. Lo que es indudable es que desde que publicó “La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral”, ella ha dado voz al itinerario de la “izquierda” mexicana. Pero la pluma de una cronista, no es la de una historiadora, ni siquiera una narradora, es, como los cronistas medievales, una artista de la hipérbole, hoy, se les conoce como propagandistas. No logró el éxito con “Amanecer en el Zócalo. Los 50 días que confrontaron a México.” Cuando Andrés López cerró desde el Zócalo (en realidad Plaza de la Constitución) hasta la fuente de Petróleos (en el Paseo de la Reforma) en el conflicto post electoral de 2006, en vez de causar simpatías a su causa, rompió con personajes como Denise Dresser y Jorge Volpi, y miles de mexicanos anónimos. Tampoco logró el eco deseado con “Fuerte es el silencio” o “Nada, nadie. Las voces del temblor”. Pero su imagen bastaba, su hagiografía sobre Leonora Carrington, su defensa a Andrés López en los spots a 2006 (a pesar de que las campañas políticas son lo que son y son como son), su presencia y opiniones en documentales de Discovery o NatGeo eran afirmaciones ex cathedra. Como dicen los cursis, “el relato” que hizo de Andrés López un mesías, debe mucho su construcción a la pluma de Doña Elenita.

 

El 2 de octubre de 2016, un verdadero protagonista del movimiento estudiantil de 1968, Luis González de Alba, escribió en su carta póstuma: 


“Elena Poniatowska, devenida experta y abrumada por preguntas que no sabrá responder, pero tendrá para cada una el debido cliché, el redondo lugar común que la hace adorable y linda.” 


Con fundamento, la acusó de plagiarle párrafos de su obra “Los días y los años” en el libro ya mencionado “La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral.” Posteriormente, don Luis se quitó la vida. A pesar de una entrevista masaje de Carmen Aristegui, González de Alba había desenmascarado a la leyenda. No la salvaría su outfit de Frida Kahlo ni su tono de voz ya cansino. Como es ley de vida, Elena no será eterna y no hay sucesora para el relato. El de Macuspana necesita la pluma y voz de Elena, al menos la aristócrata polaca sabe escribir y hablar, y no mandaría a gritos “a la TAPO” a los disidentes, ni mucho menos leería con tono de predicadora las epístolas laudatorias de Justo Sierra a Benito Juárez.    


Rigoberto Gerardo Ortiz Treviño


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