¿QUÉ ES LA HISPANIDAD?
Mientras un grupo de energúmenos (dudo que de
manera espontánea) derriban estatuas de Cristóbal Colón o de San Junípero
Serra, creo oportuno recordar qué es la Hispanidad. Ha sido el obispo Zacarías
de Vizcarra Arana (1880-1963) quien le dio sentido y forma a tal concepto. En
1913, con el objeto de conmemorar el descubrimiento colombino, escribió:
“Por las razones que luego indicaré no me
satisfacía el nombre de Día de la Raza, que iba adquiriendo cada vez mayor
difusión. Era necesario encontrar otro nombre que pudiera reemplazarlo con
ventaja. Y no hallé otro mejor que el de 'Hispanidad', prescindiendo de su
anticuada significación gramatical y remozándola con dos acepciones nuevas, que
describía yo así en una revista de Buenos Aires que no tengo a mano ahora en
Madrid, pero que encuentro citada en la mencionada revista Hispanidad de
Madrid, en el número de 1 de febrero de 1936: «Estoy convencido –decía en ella–
de que no existe palabra que pueda sustituir a 'Hispanidad'... para denominar
con un solo vocablo a todos los pueblos de origen hispano y a las cualidades
que los distinguen de los demás. Encuentro perfecta analogía entre la palabra
'Hispanidad' y otras dos voces que usamos corrientemente: 'Humanidad' y
'Cristiandad'. Llamamos 'Humanidad' al conjunto de todos los hombres, y
'humanidad' (con minúscula) a la suma de las cualidades propias del hombre. Así
decimos, por ejemplo, que toda la Humanidad mira con horror a los que obran sin
humanidad. Asimismo llamamos 'Cristiandad' al conjunto de todos los pueblos
cristianos y damos también el nombre de 'cristiandad' (con minúscula) a la suma
de las cualidades que debe reunir un cristiano. Esto supuesto, nada más fácil
que definir las dos acepciones análogas de la palabra 'Hispanidad': significa,
en primer, lugar, el conjunto de todos los pueblos de cultura y origen
hispánico diseminados por Europa, América, África y Oceanía; expresa, en
segundo lugar, el conjunto de cualidades que distinguen del resto de las naciones
del mundo a los pueblos de estirpe y cultura hispánica.» Estas dos acepciones
nuevas de la palabra «Hispanidad» nos podían permitir reemplazar ventajosamente
el vocablo «raza» que, como escribía yo en la mima revista, me parecía «poco
feliz y algo impropio»; pero no figuraban todavía en los diccionarios. Por eso,
en un escrito que publiqué en Buenos Aires en 1926 bajo el título 'La
Hispanidad y su verbo', y obtuvo amplia difusión en los ambientes hispanistas,
elevaba a la Real Academia de la Lengua esta modesta súplica: 'Si tuviéramos
personalidad para ello, pediríamos a la Real Academia que adoptara estas dos
acepciones de la palabra 'Hispanidad' que no figuran en su Diccionario'.”[1]
Por fortuna, el más brillante pensador de la Generación
del 98, Ramiro de Maeztu (1875-1936), hizo eco de tal planteamiento. En su
ensayo La defensa de la Hispanidad
(1934), planteó el siguiente reto:
“De cuando en cuando se alzan en la América
voces apartadas, señeras, que advierten a sus compatriotas que no debían de ser
tan malos los principios en que se criaron y desarrollaron sus sociedades, en
el curso de tres siglos de paz y de progreso. A la palabra mejicana de Esquivel
Obregón responde en Cuba la de Aramburu, en Montevideo la de Herrera y la de
Vallenilla Lanz en Venezuela. Son voces aisladas y que aún no se hacen pleno
cargo de que los principios morales de la Hispanidad en el siglo XVI son
superiores a cuantos han concebido los hombres de otros países en siglos
posteriores y de más porvenir, ni tampoco de que son perfectamente conciliables
con el orgullo de su independencia, que han de fomentar entre sus hijos todos
los pueblos hispánicos capaces de mantenerla. (…) Hay una razón para que España
preceda en este camino a sus pueblos hermanos. Ningún otro ha recibido lección
tan elocuente. Sin apenas soldados, y con sólo su fe, creó un Imperio en cuyos
dominios no se ponía el sol. Pero se le nubló la fe, por su incauta admiración
del extranjero, perdió el sentido de sus tradiciones y cuando empezaba a tener
barcos y a enviar soldados a Ultramar se disolvió su Imperio, y España se quedó
como un anciano que hubiese perdido la memoria. Recuperarla, ¿no es recobrar la
vida?”[2]
No añado más.
Rigoberto Gerardo Ortiz Treviño
[1]VIZCARRA, Zacarías
de, «Origen del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad», El Español, 7 de
octubre de 1944.En:
http://www.filosofia.org/ave/001/a216.htm
[2]DE MAEZTU, Ramiro,
Defensa de la Hispanidad, RIALP, Madrid 1998, pp.103-104.

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