TRUMP: GO HOME!


Mientras en el aire el coronavirus campa a sus anchas, invencible e invisible, un vuelo comercial de Delta Airlines comparte elemento con rumbo al aeropuerto de la ciudad de Atlanta, Georgia. Tampoco el coronavirus y el COVID, intimidaron al presidente de México, Andrés López, para trasbordar en el aeropuerto de Atlanta a Washington D.C., capital de los Estados Unidos de América. Por aire, nuevamente, López pudo admirar los edificios del Capitolio, la Corte Suprema y Casa Blanca, es decir, las sedes de los tres poderes de la federación. Me imagino que desde Palacio tendrá una ventana, para mirar la calle de Corregidora y contemplar la mole donde reside la Suprema Corte de Justicia de México. Quizás lo haga en pijama y pantuflas, luego de despertarse y prepararse para su cotidiana conferencia de prensa matutina. Desde su alojamiento, no puede admirar el Edificio de San Lázaro, donde se alberga la Cámara de Diputados ni el cemento del Senado en Paseo de la Reforma. ¿Se preguntaría desde la ventanilla de su vuelo si Donald Trump también ansía una Corte a su gusto y un Congreso dominado por su partido? Porque, seguramente, en la cabeza de López no estaba el Tratado de libre comercio ya firmado, también con Canadá desde el 30 de noviembre de 2018. Es cierto que López dijo que esa era la causa de reunión con Trump. Esto una vez en la Casa Blanca -por ende, ya en tierra firme- y con el coronavirus presente (no en vano, se guardaba la sana distancia, por eso, cuando, como caballito trotador y jadeante, entró a ese histórico edificio, Marcelo Ebrard colocándose su cubrebocas, mientras alguien de su comitiva le cargaba con apuros una pesada mochila de lap top). Esos cuidados no se guardaron ni en el monumento a Benito Juárez (sí, tiene uno en Washington) y de Abraham Lincoln. Ambos actos destacaron por los mariachis contratados (¿habrá un equivalente en Washington D.C. a la plaza de Garibaldi?) y las protestas de los afectados ante el frenazo de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) y otros cientos de mexicanos cuyos carteles denunciaban la deriva izquierdista del gobierno que encabeza López. Mientras tanto, en el aire, también ahí estaba el coronavirus. Durante las protestas o los cantos, seguían los cubrebocas.

 

Los cubrebocas tuvieron que retirarse durante los discursos. Quizás hubiera sido mejor que se quedaran ahí. Aquello fue un sketch (ofrezco una disculpa por el anglicismo, pero estaban en Estados Unidos, faltaba más) de los Hermanos Marx o de Laurel and Hardy (pero sin flaco). Como en los tiempos del mercantilismo económico de los siglos XVI a XVIII, López habló del déficit comercial de Norteamérica ¿frente a quién? ¿China, toda Asia, la Unión Europea? Reprochó los agravios históricos con los Estados Unidos de América, ¿Cuáles? ¿Los de 1824? ¿La guerra de 1846 a 1848? ¿Los Tratados de Bucareli de 1923? ¿La intervención diplomática de 1929?  ¿Qué Trump siga en sus trece con lo del DACA a pesar de que la Corte lo aprobase? Eso sí, todo dentro del marco de una íntima amistad entre Abraham Lincoln y Benito Juárez. Quizás Juárez y Lincoln se reunían a intercambiar puntos de vista en plena Guerra civil allá y Guerra de los Tres años acá. Quizás Juárez le dio consejos a Lincoln para la redacción del Discurso de Gettysburg. Es un misterio, como lo será (hasta que los corrillos y mentideros hagan su tarea) qué se dijo durante las conversaciones privadas o en la cena donde Salinas Pliego respiraba tranquilo tras salvar de la banca rota a sus negocios (gracias al Banco del Bienestar no al T MEC, desde luego). El señor Slim, a lo sumo, habrá saludado a su viejo conocido Trump, y prepararlo para el siguiente editorial adverso en el New York Times. No sé si se habló del Cartel de Sinaloa y la guerra contra el Nueva Generación de Jalisco. No sé si se habló de las caravanas de migrantes centroamericanos. Tampoco sé si se habló del hostigamiento de la secretaria del trabajo (hija de un sindicalista) a la menguante inversión estadounidense de Wallmart. Bueno, si habláramos de hostigamientos, pensemos también en Monsanto, en las energías limpias, en empresas petroleras y gaseras, todas inversiones estadounidenses en la mira del gobierno que, sí, así es, encabeza López…y, a propósito de hostigamientos, recordando al ausente Trudeau ¿Y las mineras canadienses?



Desde luego, habría que preguntarse que quería Trump. ¿Reconciliarse con los estadounidenses de origen mexicano? ¿Reconciliarse con lo que los estadounidenses, que a la manera de Napoleón III, llaman latinos? Trump está en campaña, y, tal parece que ayer, decidió perderla. Hoy se celebra en México -el encuentro de ayer- como si se hubiese revocado el Tratado Guadalupe Hidalgo de 1848, recobrando incluso Wyoming. En Estados Unidos, esto llegó, a lo sumo, a la página tres del San Francisco Examiner. Cuando gane John Biden en noviembre, nadie recordará este evento, salvo los agraviados del siglo XXI. Mientras tanto, el coronavirus sigue en el aire, en tierra hay un Boeing 787–8, mejor conocido como Dreamliner, porque viajar por Delta y esperar cuatro horas de escala en Atlanta, ni Obama.

 

Rigoberto Gerardo Ortiz Treviño




P.S. Sobre el coronavirus y el aire:


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